Domingo 28 de abril 2024

Investigador británico busca desmentir el relato mendocino

Redacción 14/04/2024 - 00.16.hs

El británico Oliver Wilson-Nunn tiene 27 años y reside en Cambridge, en cuya prestigiosa universidad estudió, se graduó, doctoró y hoy trabaja como investigador y docente. Desde hace casi una década visita periódicamente nuestro país, donde investigó los vínculos entre la cultura audiovisual, las cárceles y el sistema judicial. “Esa relación entre el cine y el sistema penal fue el tema de mi tesis, una investigación interdisciplinaria que terminé el año pasado”, contó.

 

El martes pasado llegó a Santa Rosa y el miércoles viajó hasta el oeste provincial con personal de la Secretaría de Recursos Hídricos y referentes de la Fundación Chadileuvú. “Estuvimos en el Puente Vinchuqueros, Algarrobo del Aguila y Santa Isabel. Fue muy impactante ver un río que ya no es un río”, afirmó.

 

Sentado en esta redacción, poco antes de emprender su regreso a Buenos Aires, explicó que el hilo conductor de su investigación es “pensar cómo el cine y la producción audiovisual pueden ayudar a concebir la relación con el estado en términos complejos y explicarla con un discurso más integral, desde múltiples perspectivas. En la búsqueda de ese lenguaje, esa mentalidad, me interesa relacionar la comunicación social, y el cine documental en particular, con los procesos de judicialización por conflictos sociales, políticos o socioambientales”.

 

Del Riachuelo.

 

Luego de completar su doctorado, Oliver comenzó a trabajar sobre el conflicto derivado de la contaminación del Riachuelo. “El fallo de la causa Mendoza (NdelaR: Mendoza, Beatriz Silvia y otros c/ Estado Nacional y otros s/daños y perjuicios derivados de la contaminación ambiental del Río Matanza-Riachuelo) produjo muchos cambios y avances interesantes”, recordó.

 

Sin embargo, “más allá de la creación de Acumar (Autoridad de Cuenca Matanza-Riachuelo) que hace muchas cosas para contribuir al saneamiento del río, existen otras complejidades, como la problemática por la relocalización de familias que vivían en el actual Camino de Sirga (franjas de 35 metros sobre ambas riberas, liberadas y de acceso público)”. Esas comunidades “mantienen una experiencia negativa con el sistema judicial y penal, y repentinamente un fallo les dice que van a ser reubicadas”, comenta.

 

Si bien el cambio de hábitat sería un avance porque “a causa de la contaminación atravesaban muchos problemas de salud” esas personas también “tenían trabajo, una historia y vínculos familiares y comunitarios que los arraigaban. Entonces, el proceso de relocalización no fue fácil y hoy muchos afectados hablan hasta de erradicación, confirmando que debemos pensar en esas complejidades”.

 

Para Oliver, “el sistema judicial puede ser una herramienta de transformación y cambios sociales, pero también tiene sus límites porque además de ser una institución con mala fama, se requiere una mirada más compleja y matizada sobre lo que sucede. Y yo creo que el cine puede ser una buena herramienta para mejorar eso”, dice.

 

Al conflicto del Atuel

 

Mientras avanzaba en su investigación, Oliver tomó contacto con el conflicto entre La Pampa y Mendoza por el corte del río Atuel. “Consulté a mis amigos porteños pero la mayoría sabía nada o casi nada sobre el problema. Y allí surgió mi primera inquietud: ¿por qué la cuestión de los ríos pampeanos no figura en la agenda nacional siendo un desastre ambiental a gran escala, de enorme magnitud, que afecta a una de las cuencas más grandes del país?”.

 

Se propuso “saber un poco más” y decidió viajar a La Pampa. “Me puse en contacto con Alberto Goldberg y me invitaron a la Fuchad, donde conocí a Tito Gobbi, y también visité la Facultad de Agronomía para saber qué estaba pasando a nivel de las investigaciones y su impacto en la educación pública. Y de esta manera pude empezar a escuchar lo que está pasando de boca de quienes trabajan en el tema”, comentó.

 

Wilson traza una comparación entre esos “dos conflictos ambientales que llegaron a la Corte Suprema: mientras la demanda por el Riachuelo surge de una comunidad afectada por la contaminación, la causa Atuel es un conflicto entre estados y tiene otra dimensión judicial”, aclara.

 

Su primer visita a La Pampa le permitió confirmar “la importancia de la identidad territorial y de dimensionar los cambios que provocan estos procesos desde múltiples perspectivas (geográfica, económica, cultural, jurídica), así como la necesidad de un abordaje local, regional, nacional y también internacional, porque hay institucionales continentales” con capacidad para intervenir.

 

Nuevas estrategias.

 

“Hace poco encontré un documental mendocino que llegó a muchos medios europeos y fue exhibido en ferias y festivales internacionales. Observé que no sucede lo mismo con las voces pampeanas y por eso debemos investigar cuáles son las condiciones para que ciertas voces lleguen a determinados espacios y otras no”, añadió.

 

En Algarrobo del Aguila, Oliver conoció al intendente Oscar Gatica. “Con la idea de sembrar conciencia y sostener la lucha por el río construyó una costanera y organiza actividades culturales con fines turísticos. Como resultado, muchos pampeanos y pampeanas van a visitar un río que no corre más, otra muestra de la complejidad y las múltiples perspectivas” de la cuestión.

 

“Yo pretendo que mi investigación no resulte solo un documento escrito. Ojalá podamos desarrollar diálogos, completar una muestra de documentales, generar fondos y que mi presencia no sea una distracción y me permita entablar un diálogo a largo plazo”, añadió. De todos modos, “no podemos olvidar el aspecto económico: para hacer documentales y llegar a un público masivo hay que tener dinero” advirtió. Mendoza también produjo un videojuego documental sobre el cambio climático llamado Atuel que “llegó a ferias de todo el mundo y consiguió premios”.

 

Con estas herramientas “Mendoza recauda dinero y al mismo tiempo impone masivamente una visión propia y parcial del Atuel, que tiene alcance mundial pero no dice nada del desastre ambiental provocado en La Pampa”. Según el británico, “habría que buscar formas de recaudar recursos para desarrollar estrategias de comunicación con un alcance más masivo y global”.

 

El cine y las cárceles.

 

Oliver Wilson-Nunn se doctoró en Estudios Latinoamericanos, publicó varios artículos científicos y un libro titulado “Memoria, metatexto y posthumanidad. Formas de pensar el cuerpo en las culturas hispánicas”. Para doctorarse desarrolló una tesis sobre “cómo la cultura audiovisual popular en Argentina ha representado el encarcelamiento y los procesos penales”.

 

“Podría definirse como un estudio sentimental de las pasiones punitivas. Empieza con el cine melodramático de los años 30 y la modernización y urbanización durante el primer peronismo. Luego discurre en tiempos del terrorismo de estado en los ‘70 y ‘80 y el destape posterior con cineastas como Aníbal Di Salvo o Emilio Vieyra, y continúa con un estudio sobre el cine durante los gobiernos populares recientes, películas independientes producidas por personas que padecieron encarceladas y series comercialmente exitosas”, enumera.

 

Consultado sobre la elección del tema, Wilson-Nunn explicó que durante su primera visita pasó “unos ocho meses en Montevideo donde colaboré (y sigo haciéndolo todos los años), con el Festival de Cine Estudiantil (Fenacies) y con un programa de educación audiovisual que ofrece talleres prácticos de cine en los barrios, clubes y otros espacios”. En ese contexto “surgió la posibilidad de ofrecer talleres en las cárceles y empecé a trabajar en eso. Si bien el proyecto no prosperó, mantuve el interés y ahora organizo talleres de música en varias cárceles británicas”.

 

Cine y sistema penal.

 

En Argentina lleva un tiempo trabajando “en la Unidad 23 de Florencio Varela donde desde hace 12 años funciona un programa increíble: la editorial cartonera llamada Cuenteros, Verseros y Poetas creada por el abogado Alberto Sarlo y Carlos Mena, que ya publicó unos 20 mil libros dentro de un pabellón del penal”. Más que descubrir la representación de una realidad carcelaria en un film, a Oliver le interesa estudiar “cómo el cine y los productos audiovisuales pueden hacernos reflexionar sobre nuestra relación con el Estado y la otredad social”, aunque el trabajo también “tiene un lado práctico, y el último capítulo incluye un mediometraje realizado por personas privadas de libertad en un penal”, aclara.

 

Su planteo es “ver qué pasa cuando alguien entra con una cámara a un penal, qué tipo de relaciones sociales se establecen y cómo estas relaciones pueden ser pensadas más allá de la cárcel”. De esta manera, es posible que “el cine no resulte algo simbólico sino que permita cambiar alguna realidad, no en términos de rehabilitación pero sí en cuestiones simples, vinculadas a la dignidad de las personas, como entablar relaciones con quienes han atravesado momentos muy difíciles”.

 

Pioneros.

 

Uno de los proyectos de Oliver es “llevar a Sarlo a Cambridge para que nos enseñe las cosas que hace y podamos compartir su experiencia. Cuando cuento a qué me dedico, muchas personas sugieren que seguramente hay diferencias muy importantes entre las cárceles sudamericanas y británicas. Lógicamente es así, pero también es cierto que en Argentina y otros países de Latinoamérica hay iniciativas muy importantes que no existen en Europa. Por ejemplo, el programa UBA XXII, implementado en 1985 a partir de una experiencia en la cárcel de Devoto y que permite a los internos estudiar una carrera completa, ha mostrado grandes resultados y resulta una iniciativa pionera en el mundo”. Según Oliver “si bien muchos países permiten estudiar a los presos, en ningún lugar existe un espacio concreto y específico como éste, destinado a desarrollar una experiencia universitaria. Y además, solo una universidad pública tiene el perfil y los recursos para hacer algo como eso”, concluyó.

 

“Defiendan la educación pública”.

 

“Hay que defender la educación pública, la prensa y la ciencia, porque son herramientas esenciales. Es insostenible ese discurso tan simplista de que todo lo público está mal: por favor, los argentinos deben valorar lo que han conseguido y deben defender su educación pública”, reclama Oliver.

 

Durante sus primeros años en Argentina el británico estudió “en la Facultad de Filsofía y Letras de la UBA. Aprendí un montón y tengo una gran deuda por eso. Me abrieron la cabeza, ayudaron a pensar desde otras perspectivas y por eso trato de conservar las relaciones y vínculos con instituciones argentinas”, añade. Y asegura que “la UBA es una institución increíble, con un nivel académico muy, muy alto. Cuando cursé me impresionó la calidad de sus lecturas y el nivel de participación en las clases, que genera un intercambio muy particular y horizontal entre personas de distintas edades y sectores” sociales.

 

“Esto no sucede en otros países”, aclara. “Yo estudié en una universidad muy prestigiosa, con un nivel académico muy bueno, y sin embargo fue una experiencia muy distinta en la que no se aprende tanto, porque mantiene mundos mucho más aislados”. Y reitera: “el sistema argentino de educación pública, la calidad de sus investigaciones y el nivel de la docencia son excelentes, y en esta coyuntura hay que repetirlo mil veces: deben defenderlo”.

 

Según oliver, “los argentinos no deben caer en conclusiones apresuradas. Pasa algo similar con el cine nacional: si no se vende, entonces no sirve. Ese es un pensamiento demasiado simplista”, lamenta.

 

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