Viernes 03 de mayo 2024

Una mujer de campo hecha y derecha

Redacción 21/04/2024 - 09.45.hs

Cuando el padre enfermó, Luciana empezó a acompañarlo al campo. Le pidió que no vendiera los equipos que ella se iba a encargar de continuar con su trabajo de contratista rural: sembrando y cosechando.

 

MARIO VEGA

 

Más allá que aún persistan situaciones que parecen intentar postergar a la mujer, no es menos cierto que mucho ha cambiado eso en los últimos tiempos. Porque en todos los órdenes se advierte un mayor involucramiento y participación de su parte, aunque todavía falte. Y bastante.

 

Pero de a poco la mujer va encontrando el papel que le corresponde, que no está -ni debe estar-- precisamente por debajo del hombre. Así hay mujeres empoderadas en empresas, en la política, en el deporte, y en el ámbito que sea. Como debe ser.

 

¿Tarea de hombres?

 

En el entorno del campo se ha pensado casi desde el fondo de la historia que las tareas -sobre todo las más pesadas, e incluso las más importantes-- debían estar en manos de los hombres. Pero, afortunadamente, también esto ha ido cambiando.

 

Una reciente nota aparecida en Infocampo (noticias actualizadas del agro) -firmada por el periodista Juan Martínez Dodda--, que nos hizo conocer nuestro amigo Hugo Fernández Zamponi, da cuenta del esfuerzo y la dedicación que Luciana Martina Medina (35) le pone a su trabajo de contratista rural, encargada desde hace un lustro de sembrar y cosechar con el equipamiento que heredó de su padre.

 

Una historia familiar.

 

La joven alquila 130 hectáreas del campo "El Coraje" a la familia Fernández Zamponi (dueña de la vecina Estancia Villaverde), y con pasión y crecientes conocimientos desarrolla la actividad.

 

¿Cómo llegó a esto de realizar tareas rurales? Tiene que ver con la historia familiar, y ya se verá cómo.

 

Su papá era Luis Aldo Medina, que falleció joven, a los 58 años, y que naturalmente dejó un gran vacío en la familia. Casado con Marcela Pintos, de Lonquimay, tuvieron dos hijas: Luciana y Milagros (22) que hoy vive en Córdoba, y tiene poco que ver con la actividad campestre, aunque ofrece su opinión cuando la consultan.

 

De la Universidad al campo.

 

Luciana hizo el jardín y la primaria en la Escuela 6, luego el secundario entre la Unidad Educativa nº 4 y la Agrotécnica. Había pensado en seguir para recibirse de Ingeniera Agrónoma en la Universidad Nacional de La Pampa, pero finalmente se decidió por el Profesorado de Psicología.

 

Era buena alumna y sus estudios estaban encaminados, pero se produjo el desenlace de la enfermedad de su padre y, aún con algunas dudas, creyó necesario quedar a cargo de las actividades que él desarrollaba. Luis tenía equipos de siembra y cosecha, y había pasado "toda su vida haciendo tareas rurales...". Sabía muy bien de qué se trataba, pero además estaba convencido que era una tarea para hombres, así que no fueron muchas las oportunidades que llevó sus hijas al campo.

 

"Yo sigo con esto".

 

Cuando estaba convaleciente se mostraba persuadido que debía venderlo todo: arados, sembradora, cosechadora, el tractor, la tolva para las semillas e incluso la casilla. Esto es todas las herramientas que se usaban en cada campaña. Pero fue Luciana la que decidida le dijo: "No papá... yo voy a seguir con esto". Luis tuvo un gesto como no avalando, pero la decisión de la joven lo hizo dudar.

 

"Es que él se había criado arriba de la cosechadora... y no era cuestión de dejarlo así como así. Es verdad que se encargaba de todo, y sabía pasarse días arreglando algunas de las máquinas en el patio de nuestra casa. Por supuesto me daba cuenta que no me iba a resultar fácil, porque cuando algo se rompiera tendría que acudir a otras personas, pero me animé. Lo hablé con mamá y me apoyó enseguida", recuerda Luciana.

 

La contratista rural.

 

Estaba resuelto, la profesora de Psicología ya no sería. Ahora se había convertido en contratista rural. Venían momentos decisivos en su vida, pero no se arredró.

 

De entrada se encontró con "un mundo nuevo... le pedí a dos personas que habían trabajado con papá que me dieran una mano". Y allí estuvieron Ezequiel y Lucas, un primo que accedió a ayudarla.

 

"Cuando falleció papá estaba en medio de una cosecha, así que fui y le dije al dueño del campo que nosotros íbamos a terminar el trabajo". Fue un gran desafío que aceptó enfrentar, y pudo hacerlo.

 

En el campo "El Coraje".

 

"Estábamos ya en el final de la campaña de ese año, así que después fue el tiempo de empezar a arreglar las máquinas", explicó ahora en la charla que mantuvimos un rato dentro de la casa de "El Coraje", y otro poco en medio del campo donde se veían los equipos, algunos animales y un sembradío fallido, "porque "no llovió en enero y ahora toca hacer rollos de maíz", precisa.

 

"No puedo fallarle a papá".

 

"Todos los días me acuerdo de mi padre, y es como si me estuviera viendo y no le puedo fallar. Y también es verdad que a veces lamento no haberlo acompañado más en el campo para aprender cosas...", afirma. Aunque cabe señalar que ahora mismo Luciana y su novio, Eric Gouts, están cumpliendo acabadamente con el legado de Luis y mantienen de buena manera la pequeña empresa familiar. "No nos podemos quejar... tenemos trabajo. Pero se sabe, en el campo se depende fundamentalmente del clima", razona.

 

Manejando entre el barro.

 

Cuando con Milton Fernández -el fotógrafo-- llegamos al establecimiento rural ubicado a 10 kilómetros de Santa Rosa, había que emprender todavía un extenso camino hasta el casco. Un sendero que era imposible de transitar en el vehículo en el que llegamos a "El Coraje", por lo que Luciana se ofreció a buscarnos en la tranquera de entrada.

 

En su moderna camioneta Toyota la joven mostró su habilidad conductiva entre los guadales y las lagunas que dificultaban el acceso. "Es que llovieron 130 milímetros en estos días y se complicó...", comentó mientras llegábamos a la casa. "No ando a caballo... pasa que me caí cuando era chica y me quedó eso de no subirme", acota cuando le hablamos de las bondades de su vehículo.

 

Al llegar al casco del campo un perrito oscuro y juguetón se acercó y Luciana contó que "es nuevito aquí. Le pusimos Negro, y no sabemos cómo apareció. Así que ahora tenemos dos, porque también está Emilia...", dijo mientras señalaba la perrita que Marcela, la mamá, arropaba con una manta.

 

Desde temprano.

 

De a poco Luciana se fue haciendo al ambiente en el que durante años y con tanta comodidad supo moverse Luis. Y precisamente usando los contactos de su padre fue sumando clientes, y le tocó enseguida sembrar soja. "Al principio hacíamos siembra y cosecha, pero ahora nos estamos dedicando nada más que a la siembra. Vengo todos los días al campo... me levanto a las 6 de la mañana y muchas veces lo hago con mi mamá y con Emilia", sonríe al referirse a la perrita. Marcela la cuida mucho y dice que la mascota es "la nieta... porque si es por ellas, toca esperar...", acota para dar cuenta que las hijas por ahora no piensan en darle el gusto.

 

"Un momento difícil".

 

Y sigue la muchacha: "No tengo horarios, porque a veces vuelvo temprano a Santa Rosa, y otras cuando llega la noche". Y agrega mientras vamos caminando entre el sembradío frustrado que "el campo es un poco también una lotería, con eso de esperar que llueva cuando tiene que llover. Además el momento es muy difícil, porque los costos son altos, desde el gasoil a reparar una máquina. Cuando estaba papá él hacía todo, pero cuando quedé sola muchas veces me dije porque no le pregunté más cosas antes. Pero estoy decidida y lo tengo muy claro: quiero vivir de esto, crecer en la actividad... y cuando se pueda cambiar mis herramientas y si es posible incorporar más tecnología".

 

Clientes de la zona.

 

¿Los clientes? "Los que eran de mi padre en Colonia El Indio, la gente de Anguil, Riglos, Lonquimay, también de Colonia Barón. Ahora desde que estoy aquí en 'El Coraje', nos estamos haciendo de más clientes de la zona", señala.

 

Al volver atrás en el tiempo Luciana narra que a Luis "lo que más le gustaba era andar arriba de la máquina cosechadora, que era lo que a mí también más me gustaba... cuando estaba mal decía que iba a vender todo el equipo y ahí fue que le dije que no, que yo iba a continuar con su trabajo... pero cuando pasó lo que pasó en un momento pensé en poner todo en venta... por suerte no lo hice", acota con satisfacción.

 

Apoyo de la madre.

 

"Vengo todos los días al campo, muchas veces con mamá y su perrita, Emilia", expresa la joven. Y por supuesto Marcela es una de las personas con las que habló antes de hacerse cargo de esta realidad que quiso asumir: "Quiero probar...", le dijo a la madre. "Y por suerte ella siempre estuvo para apoyarme en todo... un poco dudó porque recordaba a mi padre, a veces renegando para arreglar una cosechadora, todo engrasado, con muchas horas de andar en el día. '¿Hijita, de veras creés que vas a poder... Pero si querés intentalo', me dijo. Hace de esto cinco años, casi seis, y aquí estamos... y las dos venimos al campo y nos gusta compartir todo esto", completa Luciana.

 

Las amigas.

 

Después cuenta cómo es una de sus jornadas de trabajo: "Papá decía que al campo había que ir todos los días, y es lo que hago. Madrugo y vengo, y además no tengo horarios... mis amigas me dicen que están orgullosas por la pasión que le pongo a esto, pero que no trabaje tanto, y les contesto que no es un gran sacrificio para mí porque lo que hago me apasiona. Pero igual, aunque le metemos muchas horas, nos hacemos tiempo para juntarnos a comer un asado, o salir a comer... pero eso sí no somos mucho de ir a los boliches. Soy de escuchar música y sobre todo a Abel Pintos, pero también me gusta mucho el cuarteto", reseña. Además se hace de un par de horas para dedicarle al gimnasio con Daiana, su personal trainner.

 

"Un poco de miedo".

 

Hoy Luciana es una mujer de campo hecha y derecha. En un momento sonríe con ternura al recordar a Luis diciéndole que se trataba de "un trabajo para hombres... Casi que no me creía cuando yo le decía que me gustaba de verdad. Pero también había otras personas que me decían más o menos lo mismo, y un poco de miedo me daba", admite.

 

Lo cierto es que su temor pasaba por el riesgo de perder lo que su padre había adquirido con mucho trabajo, esfuerzo y sacrificio... ""Sí, ese era el miedo, pero hoy después de varias campañas me siento segura de lo que estoy haciendo, y le agradezco a Dios porque me ha ido bien", concluye.

 

Misión cumplida, Luciana.

 

Luciana es, quien lo duda, una persona empoderada. Una mujer que decidió apostar a su corazonada, a su talento y su trabajo, para responder al legado de su padre.

 

Hoy siente la íntima felicidad de haber cumplido. Con Luis y con su propia responsabilidad. Está segura de haber acertado al seguir el camino de su intuición... la que le indicó que no debía ser profesora de Psicología y sí una mujer de campo. Hecha y derecha.

 

Nada de una perfumería.

 

Hubo quienes quisieron disuadir a Luciana Medina. Personas que le decían por qué no vender todo el equipo de siembra y cosecha y poner una perfumería, un local de ropa... o un kiosco.

 

No entendían que la joven no quisiera hacer algo más liviano, que las tareas rurales no sólo que eran complicadas sino que, además, estaban más para que las llevara adelante un hombre.

 

Pero Luciana tenía la determinación tomada, y con valentía afrontó el desafío.

 

Confió que "al principio costó un poquito porque claro... me veían joven, mujer, y pensaban que un hombre podía hacerlo mejor. Pero fue hasta que me vieron trabajar... y ahora mismo no me puedo quejar. Tengo clientes que eran de mi padre, pero también otros que se fueron sumando".

 

Nada de perfumería, vender ropa o poner un kiosco. Lleva con idoneidad un trabajo que -ella lo demuestra- no sólo los hombres pueden hacer.

 

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