Domingo 19 de mayo 2024

Una carta de un veterano de Malvinas

Redacción 06/05/2024 - 08.33.hs

“¡Estás vivo!, “estás vivo…!”. Abrazos apretados, lágrimas, frases balbuceadas -entrecortadas- diciendo poco, y diciéndolo todo. Era la madrugada del 7 de mayo de 1982. Ernesto Javier Olguín había regresado después de sufrir las penurias consecuencias de la Guerra de Malvinas. Su barco, el ARA General Belgrano había sido hundido por la flota inglesa, y él fue uno de los sobrevivientes de ese ataque que se llevó la vida de 339 jóvenes marineros argentinos. Pero en su familia, hasta esa noche nada sabían de lo que había sucedido con Ernesto… querían saber, pero nadie les daba explicaciones.

 

Después del hundimiento del Crucero hubo una odisea que debieron sortear los que pudieron volver. Cuando al final pudieron regresar a tierra, a Olguín y a un grupo de compañeros los subieron a un avión en Bahía Blanca, y de ahí en ómnibus a la base naval de Puerto Belgrano, donde se habría de tomar la lista real de los sobrevivientes y heridos.

 

“Cuando eso terminó nos dieron pasajes en colectivos. Tomé un Andesmar que me dejó en Santa Rosa a las 4 de la mañana de ese viernes 7 de mayo. Caminé tranquilo, vestido con mi traje azul de marinero, desde la Terminal hasta donde vivía mi madre y dos hermanos que no sabían si yo estaba vivo o no. Llegué, golpee un ventana y uno de mis hermanos me abrió la puerta y empezó a gritar: “¡Estás vivo… estás vivo!”.

 

Obviamente toda la familia despertó y los abrazos de Ernesto con su mamá y el resto de la familia fueron interminables. Las lágrimas rodando por los rostros de todos hablaban de la emoción que los embargaba. Y no era para menos.

 

Una carta.

 

Hace un tiempo Ernesto -al que curiosamente llaman Ariel- tuvo que escribir una carta relatando sus vivencias para que su nieto Ignacio la leyera en una cto escolar. Allí, paso a paso, fue dando cuenta de aquellos momentos que -naturalmente- quedaron grabados para siempre en su mente.

 

“Me tocó el Servicio Militar y partí a Puerto Belgrano (base de la Marina) a hacer mi instrucción; y después de dos meses fui destinado al Crucero ARA General Belgrano, donde debería pasar los próximos doce meses de lo que comúnmente le llamábamos ‘colimba’. Mi primera navegación fue ahí nomás, en enero, y duro 15 días”.

 

Luego vendría lo que pasaría a formar parte de la historia de una Guerra, nada menos: “Tres meses después, el 2 de abril de 1982, nos anunciaron que habíamos recuperados las Malvinas y que debíamos prepararnos para zarpar junto a la flota de mar. O sea todos los barcos de la Armada”.

 

Ernesto (o Ariel para los suyos) contó que “por problemas en las máquinas terminamos zarpando el 16 de Abril con dos destructores de escoltas, el Piedrabuena y el Bouchard. Nuestra misión era patrullar desde la Isla de los Estados, el canal de Beagle y el sur de las Islas Malvinas por posibles entradas de barcos de Chile o ingleses”.

 

El ataque del Conqueror.

 

“El domingo 2 de mayo, después del mediodía el Crucero estaba navegando al sur de las Islas Malvinas, fuera de la zona de exclusión de 200 millas que los propios ingleses habían fijado para hundir barcos o derribar aviones…”, precisó Ernesto. “Me disponía a tomar mi guardia en la sala de máquinas a las 16; y como siempre lo hacía pasé por el comedor a merendar… Cuando estaba lavando mi taza tres cubiertas por debajo de donde yo estaba parado en el comedor (eran las 15.55) hubo un ruido seco que me hizo saltar hacia arriba y caer… había sido el primer torpedo que pegó en la proa del buque… literalmente le cortaba 30 metros de la punta. Me levanté y enseguida vino el segundo torpedo que entró de lleno en las máquinas, debajo del comedor. Era el lugar donde yo debía tomar mi guardia”.

 

El hombre contó con notable precisión aquel horror: “Esa explosión si fue terrible… Automáticamente se cortó la luz, y hubo fuego, humo asfixiante. Parte del comedor donde yo estaba estalló matando varios de los que estaban allí; y en mi caso se prendió fuego parte de mis ropas y el cabello que con desesperación logre apagar… Como nos habían enseñado y practicado tenía que buscar una vía de salida hasta el exterior… esto era tres cubiertas más arriba para ir a mi balsa”.

 

Cuando pudo “sortear el asfixiante humo, el fuego y derrumbes, y con la desesperación natural de todos corriendo tratando de salir al exterior, logre llegar a la cubierta principal afuera del barco”.

 

Iba sin salvavidas porque no lo pudo rescatar de su camarote ya inundado. “Tratamos de tirar la balsa al mar, pero como el barco estaba tan escorado nos costaba mucho, hasta que lo logramos… pero con la mala suerte que se inflo a medias. La orden fue que buscáramos cualquier otra balsa… el desorden era total: gente corriendo, heridos, gritos, humo, fuego una situación inimaginable”.

 

Agua helada.

 

En ese instante crucial Ernesto buscaba la posibilidad de tirarse tratando de caer cerca de una balsa. “Con el mar helado, donde nadie sobrevive más de 15 minutos, con la posibilidad de morir de hipotermia. Y sin salvavidas”.

 

Pero no había mucho para pensar: Se tiró y chapaleó en el agua helada “entre el barco hundiéndose y las balsas”, hasta que pudo aferrarse a una. Estaba casi congelado, y una mano providencial llegó para ayudarlo.

 

Debe haber sido estremecedor ver como “50 minutos después de los impactos el Crucero se dio vuelta sobre sí mismo y se hundía definitivamente en las frías aguas del Atlántico Sur”.

 

Estuvieron en las balsas a la deriva hasta que reapareció el destructor Piedrabuena, “que en un primer momento tuvo que huir porque sino también hubiera sido hundido” y los rescató. Estuvieron dos días más en alta mar rescatando gente de las balsas, “algunos ya sin vida”, hasta que regresaron a Usuhaia. Y luego sí, el regreso a su tierra.

 

Y después ya en Santa Rosa, los golpes en la ventana, y uno de sus hermanos que lo recibe con gritos y una frase… “¡Estás vivo… estás vivo!”. La emoción a flor de piel, los abrazos, las lágrimas… Y luego sí, volver a la vida de todos los días. Ernesto pudo rearmar su familia, y luego llegaron los hijos y los nietos.

 

Cada tanto -y particularmente en estas fechas- muchas imágenes deben volver a su memoria, porque él ha sido uno de los protagonistas de la gesta de Malvinas. No habla demasiado del tema, pero esa vez sí se animó a escribir para que Ignacio, su nieto, pudiera leer su carta a todos sus compañeros y a los que participaban de un acto escolar… entre ellos otros veteranos de Malvinas.

 

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